Antes de la era de los combustibles fósiles baratos, durante la cual se generalizaron los medios modernos de calefacción y aire climatizado, las edificaciones tradicionales prestaban enorme atención a los elementos climáticos locales. Después de la reciente crisis energética, se advierte un nuevo interés por las técnicas que permiten economizar energía y, en particular, por las técnicas naturales.
Fuente: Plataforma Arquitectura
Sintéticamente, podría decirse que la arquitectura bioclimática es aquella que incorpora, desde las primeras etapas de diseño, estrategias y recursos que permiten aprovechar las condiciones favorables del clima y del medio natural, ofreciendo, al mismo tiempo, protección contra los impactos desfavorables del ambiente externo. De esta manera, esta arquitectura no solo permite generar mejores condiciones de confort interior, sino que también colabora en la minimización del impacto energético del edificio, diferenciándose de los enfoques convencionales, donde el control de las condiciones interiores depende de sistemas de acondicionamiento artificiales para ventilación, calefacción y refrigeración. El diseño bioclimático, entonces, logra una optimización de los recursos principalmente por medio de la morfología, la orientación, los materiales, la configuración, los colores y otras variables de diseño.
Sin embargo, los prefijos “eco” y “bio” se han convertido, con el pasar del tiempo, en herramientas publicitarias[2], llevándonos a cuestionarnos si es realmente sostenible todo lo que se vende bajo esas etiquetas. Buscando comprender las prioridades de los enfoques contemporáneos respecto a este tipo de arquitectura, hemos realizado recientemente una serie de artículos que reúnen obras con estrategias bioclimáticas en Latinoamérica, agrupándolas según su ubicación. En ellos hemos podido notar que un factor común que atraviesa las diversas latitudes es la preocupación material: tanto la distancia que recorren los materiales –y la correspondiente contaminación generada por el transporte-, como los niveles de emisión de CO2 y la utilización de agua que requieren sus procesos de extracción y manufacturación, son nociones que se tienen en cuenta a la hora de determinar el sistema constructivo con el que se erguirán las obras.
Además, es posible notar que las estrategias están muy vinculadas a la ubicación de la obra. En zonas rurales o sitios alejados de redes de energía convencional y servicios urbanos, por un lado, se puede observar el uso extendido de estrategias pasivas orientadas a la recolección de agua, el tratamiento de los desechos, y la captación y acumulación de las energías naturales del sol y el viento, buscando una máxima autonomía energética. En zonas urbanas por otro lado, estas nociones son incorporadas más bien como “energías complementarias”, apuntando al ahorro energético más que a la autosuficiencia. “Una casa bien aislada pierde la mitad de calor, y si está bien orientada y con aberturas de superficies convenientes gana tres veces más energía que una casa convencional, con lo que, sumados ambos conceptos, es posible gastar seis veces menos energía.”
Otra gran distinción respecto a las estrategias abordadas en cada región, está estrechamente vinculada al clima. En las zonas con temperaturas medias bajas, por un lado, se tiende a evitar las pérdidas de calor en invierno y a potenciar la calefacción de los espacios mediante sistemas pasivos –energía solar, masa térmica, muro Trombe, entre otros-. En las zonas cálidas, por el el otro, se busca evitar las ganancias excesivas de calor y se busca incorporar sistemas que favorezcan la refrigeración y la ventilación natural. En ambos casos, se intenta reducir el consumo innecesario de energía, evitando introducir medidas activas de climatización que palien las pérdidas o ganancias térmicas excesivas, sirviéndose para ello del diseño lógico y estratégico del edificio para alcanzar una climatización autónoma del interior.