La centenaria institución estrena una nueva ala, sede de un centro para la educación y la investigación, que ha tardado 10 años en construirse y ha costado 465 millones de dólares
Fuente: El País
Una aplicada procesión de hormigas acarrea hojitas, granos y astillas a la vista del público, en una diminuta pasarela protegida por un cristal, mientras un escarabajo hércules se despereza a cámara lenta, con movimientos de mecano, en un panel cercano. Cientos de mariposas pertenecientes a 80 especies distintas se concentran en un húmedo recinto tropical; la mayoría revoloteando en rasante o absortas en la frondosidad de una hoja, mientras otras sorben el jugo de gajos de cítricos, parte de su ración diaria de alimentos, sin reparar en los seres humanos que tras atravesar una doble puerta -para evitar que alguna se escape- se rinden a los maravillosos dibujos y colores de sus alas. En Mundos invisibles, una experiencia inmersiva en 360 grados que recrea en poco más de 10 minutos el desarrollo y el futuro del universo, el público recibe descargas de información, luz y colores como un panóptico interactivo. En el diseño ha colaborado un estudio radicado en Mairena del Alcor (Sevilla).
Son algunas de las principales atracciones de la nueva ala del Museo de Historia Natural de Nueva York, que figura entre los más populares de la ciudad, con cinco millones de visitas al año antes de la pandemia. La nueva sección recibe el nombre de Centro Gilder para la Ciencia, la Educación y la Innovación, y es la última incorporación a la decena de edificios que componen la institución desde su fundación, en 1869. A diferencia de las salas más antiguas, como las de etnografía, llenas de anaqueles de madera y cristal y muñecos de fieltro, el Centro Gilder es el advenimiento de una nueva era: tras 10 años de obras, desde el planeamiento hasta la ejecución final en un proceso lastrado por la pandemia, y con una inversión de 465 millones de dólares (425 millones de euros), el Museo de Historia Natural Americana es hoy una plataforma de conocimiento interactiva.
Mientras el nuevo edificio es aclamado internacionalmente como un gran logro arquitectónico, tan conseguido que plantea una duda recurrente en la museística contemporánea -la de si el continente puede llegar a eclipsar el contenido-, el carácter científico del centro, con aulas de nueva generación y un macrocentro de datos, corre parejo con su obligada función expositiva. De los cuatro millones de piezas que alberga el museo en su conjunto, solo se exhiben al público unas 30.000; a partir de ahora, la dimensión virtual del nuevo edificio, con paneles táctiles a disposición del visitante, multiplica su potencialidad. Es una apuesta por el futuro, con un objetivo muy concreto: seguir contando la historia natural del mundo, desde los dinosaurios a las galaxias, pero en clave contemporánea.
El edificio, diseñado por el Studio Lang, que para enfado de los vecinos ocupa parte de la extensión original de un parque contiguo, está inundado de luz natural por los tragaluces y claraboyas que salpican el gran cañón que asemeja; el patrón diagonal evoca el fenómeno de la estratificación geológica. El nuevo centro también facilita el recorrido del visitante al establecer una continuidad a través de un recinto que ocupa cuatro manzanas y que conecta edificios que se construyeron a lo largo de casi 150 años, creando 33 conexiones entre 10 inmuebles. Con una antigüedad similar a la de otras venerables instituciones, como el Museo de Historia Natural de Calcuta, una maravillosa reliquia de madera y polvo, la renovación de museo neoyorquino ha permitido incorporar, como subraya Ellen Futter, presidenta emérita del centro, “la visión de futuro como imperativo de la institución; la expresión moderna de un museo de historia natural, que debe abordar realidades que están aquí, como el cambio climático y la biodiversidad”, y que en los edificios más veteranos, fruto de otras épocas, ni se barruntaban. “El carácter interdisciplinar es un imperativo de la institución”, dijo Futter durante la presentación.
La nueva ala del Museo de Historia Natural, con una altura de seis pisos, es sobre todo una respuesta a la curiosidad, de la que nacen la mayoría de las preguntas del ser humano y las respuestas de la ciencia, de ahí su papel como centro de investigación. “El Centro Gilder está diseñado para invitar a la exploración y el descubrimiento, que no solo es emblemático de la ciencia, sino también una parte tan importante del ser humano. Su objetivo es atraer a todo el mundo -de todas las edades, orígenes y capacidades- para que comparta la emoción de aprender sobre el mundo natural”, dijo Jeanne Gang, directora fundadora y socia de Studio Gang. El gran atrio que sirve de vestíbulo, inundado de luz natural gracias a grandes claraboyas, “se inspira en el modo en que el viento y el agua esculpen paisajes en la naturaleza”, curvaturas, arcos, cuevas, puentes que llaman al descubrimiento.
La textura, el color y las formas fluidas del atrio se inspiran en los cañones del suroeste de Estados Unidos. Su llamativa estructura, colosal y a la vez íntima, se ha logrado rociando hormigón directamente sobre barras de refuerzo sin encofrado tradicional en una técnica conocida como “hormigón proyectado”, inventada a principios del siglo XX por el naturalista y taxidermista del museo Carl Akeley. La verticalidad del atrio también es un elemento clave de sostenibilidad, ya que proporciona luz natural y la circulación del aire en el seno del edificio.
La sostenibilidad ambiental, las formas orgánicas del edificio y los paisajes del descubrimiento, entendido como aventura humana ante el entorno, se dan la mano en el recinto. Con un objetivo, “proteger nuestro planeta y sus miríadas de formas de vida”, señaló la presidenta emérita en la presentación. Para contentar a los vecinos del barrio, quejosos por haber perdido metros cuadrados del recoleto parque ahora cuajado de tulipanes, la renovación ha incluido un nuevo proyecto paisajístico. La nueva ala del museo también incorpora una entrada, que contribuirá a aliviar las multitudinarias colas que cada fin de semana, sin excepción, se forman ante la fachada más histórica del museo, la que da a Central Park. Un museo que no es como los muchos otros que jalonan Nueva York, todos magníficos, sino lo más parecido al cuarto de estar, o incluso la sala de juegos, para muchas generaciones: tal es la identificación del neoyorquino con el entrañable caserón de Upper West Side.