Paja, cáñamo, hongos, algas, residuos agroalimentarios… Un amplio catálogo de alternativas entran en juego para cimentar la descarbonización del sector.
Fuente: ABC
La naturaleza es sabia. Por eso llevamos siglos recurriendo a ella para construir las casas que habitamos. Aunque la industria química ha ayudado a mejorar ciertos materiales, en el fondo, seguimos extrayendo del entorno los ingredientes necesarios para levantar nuestras viviendas. De un tiempo a esta parte, la arquitectura está virando hacia modelos más sostenibles que buscan elementos que evitan el procesamiento excesivo. Y no solo por una cuestión romántica de vuelta a lo esencial, sino porque hay que ponerle coto al impacto negativo que tiene la edificación sobre el medioambiente.
La definición más sucinta de biomaterial sería la de un material de origen natural, poca aditivación química y cuyo proceso de fabricación no tiene una gran repercusión medioambiental. «Uno de los grandes biomateriales empleados es la tierra, luego estarían las fibras vegetales, entre las que se encuentra la madera, y después derivados minerales como la cal», resume Sonia Hernández-Montaño, fundadora de Arquitectura Sana. Sin embargo, el I+D está propiciando la puesta en valor de recursos con los que llevamos conviviendo siglos y a los que apenas se ha prestado atención. La lista es extensa: paja, cáñamo, hongos, algas, la cáscara de alimentos…
La apuesta por desarrollar biomateriales implica una autentica revolución en el modo en el que construiremos el día de mañana. «Estamos viendo un aumento en la disponibilidad de materiales sostenibles y tecnologías innovadoras que pueden transformar la industria de la construcción, ofreciendo alternativas viables con un impacto ambiental notablemente menor», asegura Eva Paz, profesora e investigadora de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería de la Universidad Pontificia Comillas. Pero más allá de la sostenibilidad, hablamos de biomateriales capaces de competir en coste, rendimiento y durabilidad, tal y como indica esta experta.
«Hasta ahora todas las estrategias habían puesto el foco en la reducción de la demanda energética de los edificios», subraya Hernández-Montaño, añadiendo que «ahora nos damos cuenta de que los materiales tienen mucho que ver, y no solo durante la vida útil del edificio sino durante todo su ciclo de vida, entrando en juego el concepto de circularidad y la descarbonización a nivel de material». Desde luego, el cambio merece la pena, puesto que, según el World Watch Institute, la construcción es responsable del 23% de la contaminación atmosférica, del 40% de la contaminación del agua potable y del 50% de los residuos en los vertederos. Asimismo, la Agencia Internacional de la Energía revela que, solo el cemento, genera el 8% de las emisiones mundiales de dióxido de carbono.
Las soluciones que se están explorando son muy variadas. Una de las que se está popularizando es la paja, que está dejando de ser patrimonio aislado de activistas concienciados. «Una casa realizada con muros y techos de balas de paja consigue sin esfuerzo un certificado energético A», comenta Eduardo Canals, fundador de Ecodome, garantizando que «no hay ningún sistema de uso corriente en España con un aislamiento de 35 cm de espesor, y si existiera, su precio sería desmesurado e inasequible». Este arquitecto destaca, además del coste reducido de este material, su facilidad de montaje, sus propiedades aislantes, su capacidad para transpirar la humedad o su larga vida, superior a 100 años.
Asimismo, otro recurso excelente es el hormigón de cáñamo. Raquel Sanchis, project manager de Hempcrete, señala que «este material se produce mezclando el tallo del cáñamo triturado o cañamiza con cal y agua». Esta mezcla, bien se puede realizar en obra y verter en los encofrados o utilizarse mediante el producto prefabricado, como el que manufacturan en esta empresa. La buena noticia es que su gasto energético es mínimo: «Nuestros bloques salen de la fábrica con un balance de carbono negativo de -75 kg de CO2 por m3», apunta Sanchis. Las ventajas más notables de esta materia prima son su regulación térmica y de humedades, pero también proporciona aislamiento acústico y resistencia al fuego, además de ser versátil y ligera.
Su proyección a futuro depende, según Sanchis, de factores como la normativa y el establecimiento de «un enlace entre los agricultores de cáñamo y los fabricantes de productos derivados del mismo». Dentro del ámbito de las plantas también se halla toda la investigación relativa a los bioplásticos que toman como punto de partida «almidones de maíz o biomasa, que pretenden sustituir a los plásticos convencionales, que provienen de fuentes más contaminantes», anota Paz.
El factor micelio
Esta investigadora pone el acento en una de las innovaciones más disruptivas, basada en el uso de hongos, específicamente, el micelio. Este elemento es «la red de fibras que compone el cuerpo de los hongos y puede ser cultivado en moldes para crear materiales de construcción resistentes y biodegradables», describe la profesora de la Universidad Pontificia Comillas, destacando su resistencia y durabilidad. Por su parte, la fundadora de Arquitectura Sana, suscribe la importancia del micelio como aditivo, pues «mejora las propiedades de determinados materiales, aportando dureza y resistencia al fuego, y todo con las menores afectaciones medioambientales y sobre la salud humana».
En el capítulo de los materiales provenientes de organismos vivos, las algas también se presentan como un brillante aislante térmico. Un proyecto de vivienda pública en Formentera llamado Life Reusing Posidonia puso de relieve el valor constructivo de lo que hasta el momento no era más que un residuo fruto de la cada vez más elevada temperatura del mar, extendiendo al sol estas algas para secarlas y emplearlas en la construcción. Este experimento resolvía, además, el problema de tener que traer materiales desde la península, llevando la filosofía del kilómetro cero al sector. En cualquier caso, no todos los biomateriales son exportables, como matiza Hernández-Montaño: «Algo así no podría llevarse, por ejemplo, a los Pirineos, por eso hay que buscar qué recursos se tienen sobre el terreno y explotarlos».
En este sentido, la también tutora del Máster en Biología del Hábitat del Instituto Español de Baubiologie (IEB) se refiere a otras experiencias locales como la llevada a cabo en el Delta del Ebro con la cascarilla del arroz, «un recurso fibroso para aditivar cal y aportar propiedades aislantes». En esta línea que trata de sacar ventaja a los residuos de la industria agroalimentaria, Paz también explica que «se están usando cenizas de cáscara de arroz y escoria de alto horno como sustitutos parciales del cemento en la producción de hormigón». Lo que está claro es que todas estas aportaciones están saltando a la actualidad amparadas por una necesidad de transformar la cultura arquitectónica, no solo por mandato europeo, sino porque la preocupación por vivir en espacios más sostenibles está calando en todos los agentes económicos.