Las empresas de telecomunicaciones se han resistido durante mucho tiempo a permitir que los sensores científicos se instalaran en sus cables submarinos, hasta ahora.
Fuente: MIT Technology Review
Los habitantes de Vanuatu, un grupo de islas del Pacífico Sur, no son ajenos a las inundaciones. El fondo oceánico que las rodea se ve sacudido con frecuencia por terremotos, que provocan tsunamis.
Un aviso previo podría dar a los residentes el tiempo suficiente para llegar a zonas más elevadas antes de que los tsunamis golpeen la tierra, salvando vidas en consecuencia. Pero las 65 boyas oceánicas activas en el mundo, diseñadas para detectar las olas, están demasiado dispersas como para proporcionar ese tipo de alerta a las islas Vanuatu.
El Grupo Operativo Conjunto para los Cables Submarinos de Vigilancia Científica y Telecomunicaciones Fiables (SMART, por sus siglas en inglés) es una iniciativa de las Naciones Unidas que pretende resolver este problema, equipando los nuevos cables submarinos comerciales de telecomunicaciones con sensores sencillos que midan la presión, la aceleración y la temperatura del agua. Los sensores podrían añadirse a los repetidores de señal de los cables de fibra óptica, unos cilindros estancos llenos de equipos que se utilizan para amplificar las señales cada 50 kilómetros, aproximadamente. Si estos cables cubrieran las necesidades de energía y transferencia de datos de los sensores, los científicos podrían recopilar información sobre el fondo marino a una escala sin precedentes y transmitir datos sobre posibles tsunamis más rápido de lo que es posible en la actualidad.
Sin embargo, añadir sensores a los cables submarinos no es una idea nueva. Por ejemplo, Bruce Howe, de la Universidad de Hawai, preside el grupo de trabajo que gestiona el observatorio científico más profundo del mundo, utilizando un cable de telecomunicaciones abandonado que está situado a 100 kilómetros al norte de Oahu. Pero convencer a la industria de las telecomunicaciones submarinas, que factura 5.000 millones de dólares (unos 4.700 millones de euros) al año, de que integre sensores científicos en el costoso hardware que instala ha sido una ardua batalla durante una década, según afirma Howe.
Gran parte del reto es que un repetidor debe estar presurizado para soportar condiciones a kilómetros bajo el agua. Añadir sensores externos, que deben alimentarse del repetidor y comunicarse con él, complica el diseño. Pero el año pasado Subsea Data Systems, una empresa emergente financiada por la Fundación Nacional de Ciencias de EE UU (NSF, por sus siglas en inglés), construyó un prototipo de repetidor que demostró que era posible. Este año está previsto que la tecnología haga su primera demostración sobre el terreno cuando se instalen tres repetidores de prueba frente a la costa de Sicilia. Los gobiernos, y las empresas, ya empiezan a subirse al carro. Alcatel, la gran empresa de telecomunicaciones por cable, anunció recientemente que tendrá lista la tecnología SMART para el año 2025. Ese mismo año, Portugal tiene previsto iniciar las obras de CAM, un proyecto de cable SMART de 150 millones de euros que conectará Lisboa con las islas de Madeira y Azores. La Unión Europea ha destinado 100 millones de euros a infraestructuras de conectividad digital, incluidos este tipo de proyectos de cable.
Se trata de avances alentadores para los científicos interesados en ampliar nuestra capacidad de estudiar los cambios oceánicos, algo que ahora se hace sobre todo desde el espacio y en buques de investigación.
Si la tecnología llega a Vanuatu y Nueva Caledonia, un grupo de islas y archipiélagos vecinos, podría significar un gran cambio en la seguridad pública. Estos dos pequeños países están separados por una zona en la que una sección del fondo oceánico se hunde bajo otra, provocando esos frecuentes terremotos y tsunamis. Los residentes pueden tener unos minutos, o solo segundos, para responder a una alerta de tsunami. Según un nuevo modelo del grupo de trabajo, presentado en la conferencia de la Unión Americana de Geofísica (AGU, por sus siglas en inglés) el pasado diciembre en Chicago, un cable SMART a través de esta “zona de subducción” podría ampliar ese tiempo de alerta a 12 minutos. También proporcionaría a Vanuatu una segunda conexión de alta velocidad con el mundo exterior, reduciendo el riesgo de cortes de comunicaciones como el que se produjo el año pasado en Tonga, cuando una erupción volcánica cortó el único cable de telecomunicaciones del país.
“Si podemos dar a una comunidad incluso cinco o diez minutos de tiempo adicional, eso puede suponer una gran diferencia”, afirma Laura Kong, miembro del grupo de trabajo y directora del Centro Internacional de Información sobre Tsunamis (ITIC, por sus siglas en inglés), un esfuerzo conjunto de la UNESCO y la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés) de EE UU.
Los investigadores tienen grandes esperanzas, y grandes planes, para los cables SMART. Además de esta idea de un cable Vanuatu-Nueva Caledonia, también proponen proyectos en Nueva Zelanda, el Mediterráneo, Escandinavia e incluso la Antártida.
“Es un primer paso para alcanzar la visión a largo plazo de instrumentar el fondo marino oceánico con fines climáticos y de alerta temprana. Es la primera vez que las profundidades oceánicas se abren de este modo”, afirma Howe.