Un proyecto, que hasta no hace mucho parecía más cercano a la ciencia-ficción que a la ciencia real, ha entrado ahora en una nueva e importante fase de desarrollo, al recibir financiamiento de la NASA para que se avance significativamente en el ámbito práctico además de en el teórico.

Fuente: Noticias de la Ciencia

La dotación económica, de dos millones de dólares, cubrirá dos años de trabajo y se ha concedido en el marco del programa NIAC de la NASA de conceptos innovadores en el ámbito de las ciencias espaciales. Se trata de una subvención de fase 3.

El enfoque tradicional de diseño para los hábitats en la Luna o Marte fue durante mucho tiempo, a grandes rasgos, fabricar módulos en la Tierra para luego llevarlos a esos lugares y acoplarlos entre sí. Esto entraña muchos retos logísticos además de enormes costos energéticos.

Una opción alternativa que ha cobrado fuerza en los últimos años es la de emplear materias primas presentes en la Luna o en Marte para preparar con ellas los materiales de construcción con los que edificar bases en esos astros.

El enfoque del equipo de Lynn Rothschild, del Centro Ames de Investigación de la NASA en Estados Unidos, es todavía más ambicioso. En vez de transportar a bordo la maquinaria necesaria para procesar materias primas del lugar de destino, el cargamento sería mucho más liviano y exótico: materia viva modificada genéticamente que, plantada en el destino, crecería conformando habitáculos aptos como componentes de una base lunar o marciana. También podría adaptarse esta biotecnología para su uso en estaciones espaciales comerciales, en órbita a la Tierra o en torno a otros astros.

Ladrillos de prueba fabricados mediante micelio, residuos de jardinería y astillas de madera. Ladrillos parecidos a estos podrían fabricarse con micelio y otros materiales para la construcción de hábitats en la Luna o en Marte. (Foto: NASA)

Por ahora, el proyecto se basa exclusivamente en hongos y los hilos subterráneos que constituyen la parte del hongo conocida como micelio.

Los micelios constan de filamentos capaces de conformar estructuras grandes y complejas con extrema precisión. Bajo las condiciones adecuadas, se les puede inducir a crear estructuras muy distintas a las que habitualmente construyen.

Los hongos podrán crecer conformando un hábitat apto para humanos y completamente funcional, y en el caso de Marte con las precauciones necesarias para evitar el riesgo de contaminar biológicamente el ambiente de ese planeta, teniendo en cuenta que ello podría generar falsos positivos en la búsqueda de huellas de vida autóctona marciana, así como otros problemas. Como medida adicional de seguridad, a los hongos se les someterá a una alteración genética para que sean incapaces de sobrevivir fuera del perímetro de la base en construcción, en caso de fugas accidentales de material biológico al exterior.

A largo plazo, este proyecto de micoarquitectura aspira a mucho más que simplemente construir unas paredes y un techo: se prevé dotar al recinto de su propio ecosistema, con múltiples tipos de organismos junto con los seres humanos para los que está diseñado. Ello garantizará el mantenimiento del recinto y su regeneración.

Al igual que los astronautas, el micelio es una estructura viviente que tiene que nutrirse y respirar. Ahí entran en juego unas cianobacterias, capaces de usar la energía del Sol para producir oxígeno y alimento para hongos a partir de agua y dióxido de carbono.

El hábitat que se construirá mediante hongos constará de tres capas. La capa más externa estará hecha de hielo de agua, presente en algunos puntos de la Luna y Marte. Esa agua servirá, entre otras cosas, como protección contra la radiación. La segunda capa albergará las cianobacterias. Esta capa usará esa agua y realizará la fotosíntesis valiéndose para ello de la luz procedente del exterior que atravesará el hielo. Gracias a esa actividad fotosintética, se obtendrá oxígeno para los astronautas y nutrientes para la tercera capa, la de los micelios. Esa capa de micelios será la que generará, mediante su crecimiento, un habitáculo resistente.

El primer paso será la activación biológica para lograr el proceso deseado de crecimiento, en un ambiente aislado. El último paso será hornear la estructura, aunque conservando la integridad estructural, para matar las formas de vida.

El trabajo que ahora realizará el equipo de Rothschild bajo la subvención de fase 3 incluirá, entre otras cosas, hacer preparativos para poner a prueba esta biotecnología arquitectónica en un experimento en órbita a la Tierra. 

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