La densificación de los últimos 15 años ha impulsado el uso del subsuelo en obras arquitectónicas.
Fuente: Plataforma Urbana
Cuando el Club Esportiu Europa le encargó al arquitecto Luis Alonso Balaguer construir su centro deportivo en 1995, éste sabía que no tendría mucho espacio para concebir el nuevo recinto. Después de pensarlo durante un mes, optó por hacerlo debajo de la cancha de fútbol, ubicada a nivel de superficie.
“Aproveché la luz natural que entra por las gradas del estadio, aunque nadie pensó que podría llegar por ahí”, explica el autor de la torre más alta de Colombia, quien hace siete meses instaló su oficina en Santiago.
Con los años, la capital ha comenzado a experimentar la misma problemática de las ciudades más cosmopolitas: la escasez de suelo para construir viviendas, servicios y equipamientos educacionales, deportivos y culturales.
En los 80 emergieron los primeros edificios de altura para subsanar este problema, específicamente en el área comercial y financiera. En los 90 la tendencia se disparó y vio nacer a los principales polos de oficinas con torres sobre los 30 pisos en zonas como El Golf y en el centro de Santiago.
Para el arquitecto Sebastián Gray, la reducción de los espacios para construir en la ciudad comenzó notoriamente hace 15 años, y desde entonces ha ido incrementándose el problema.
Frente a esto, han aparecido iniciativas con el fin de conquistar el subsuelo santiaguino, aparte de que es más barato construir bajo tierra y está menos regulado que hacerlo en superficie.
Es lo que tuvo en cuenta el arquitecto que hoy construye el bar Liguria en Lastarria, Patricio Rodríguez. “En Santiago tú puedes excavar lo suficiente como para habilitar 50 niveles subterráneos si quieres”, afirma. “Eso sí, no se pueden dañar los cimientos de los edificios patrimoniales aledaños”, agrega. En el caso de esta sucursal del Liguria, es la casona de 1906 que albergó al Instituto Chileno Francés.
Sexta fachada
Según Alonso, lugares como el barrio Tribeca han estado creciendo hacia el subsuelo principalmente por sus beneficios: ahí el suelo es fácilmente concesionable.
Otro de los que le han sacado partido a esta forma de crecer es la Facultad de Arquitectura, Arte y Diseño de la Universidad Diego Portales. En el nivel -5 de los estacionamientos de la nueva biblioteca -en calle Vergara- se abrió una galería de arte (“Carácter”), donde los trabajos de los alumnos se exponen todo el año.
Y ejemplos siguen: el bulevar Vida Parque en el Parque Araucano y las salas que estarán compartiendo lugar con los estacionamientos subterráneos que se construyen debajo del Palacio de Tribunales.
En el primer caso, un 95% del total de la construcción se edificó bajo tierra. “En el Parque Araucano no se puede construir en altura. Sólo hasta los 10,5 metros y por eso decidimos construir hacia abajo”, explica Fernández, autor también del GAM.
En el caso de los salones de la Plaza de la Justicia, que se habilitarán en octubre, además de conquistar parte del subsuelo, se le dio multifuncionalidad a los espacios. “Buscábamos tres cosas con este proyecto: generar menor impacto en el centro de Santiago, ser un punto de encuentro y reflejar que estos lugares no sólo son para estacionamientos”, explica el arquitecto del proyecto, Alejandro Vargas.
El arquitecto Gonzalo Mardones plantea que aprovechar la construcción bajo la tierra otorga beneficios en términos de iluminación. “La luz vertical es cinco veces más potente que la horizontal”, explica Mardones, quien cataloga al subsuelo como “la sexta fachada”.
Hoy el profesional planea impulsar un proyecto de ley que incentive a las constructoras a utilizar las azoteas y los subsuelos. “Con el Presidente Piñera y el diputado Patricio Hales (comisión de Vivienda y Urbanismo) estamos trabajando en esa iniciativa”, dice Mardones.
Menos ruido
Existen otras cualidades que seducen a empresarios y arquitectos para conquistar espacios soterrados. Bajo tierra, el ruido queda aislado.