El material cobra fuerza como alternativa al clásico hormigón y presenta múltiples ventajas desde el punto de vista del diseño y la construcción.
Fuente: El País
“Construir rascacielos de más de mil metros de altura puede parecer una obscenidad o una extravagancia”, decía en 1963 el arquitecto austríaco Harry Seidler, “pero no duden que es perfectamente factible y que, más tarde o más temprano, alguien acabará haciéndolo. El destino de la Humanidad consiste en imponerse proyectos grandiosos y llevarlos a cabo”.
Hoy sabemos que, de no ser por el colapso del mercado inmobiliario en Arabia Saudí, la vieja profecía de Seidler ya se hubiese hecho realidad hace al menos un año. Estaba previsto que la Kingdom Tower de Yeda, cuyas obras se paralizaron en primavera de 2018, rebasase en 2021 ese babélico kilómetro de altura para convertirse en la estructura humana más alta del planeta. Mil metros, la distancia que separa la madrileña Puerta del Sol de la catedral de la Almudena, de una estructura vertical de acero y hormigón elevándose un kilómetro sobre el nivel del mar en pleno desierto de Arabia. Un atleta profesional tardaría en recorrer ese tramo algo más de dos minutos. Un alpinista de alto nivel necesitaría varias horas para trepar a la cúspide de un muro vertical de esa longitud.
Las torres de Babel de China, Dubái, Kazajistán o Malasia
La torre de Yeda puede, como apuntaba Seidler en su día, considerarse un acto de arrogancia humana excéntrico y casi obsceno. Pero tampoco es mucho más alta que la actual cumbre arquitectónica del planeta, operativa desde que se inauguró en 2010, la torre Burj Khalifa de Dubái, que mide 829 metros.
En palabras del arquitecto británico Peter Cook, “proyectos así nacen de esa vieja pulsión de explorar nuestros límites como especie y elevarnos hacia el cielo, algo que está ya en mitos como el de la Torre de Babel”. Nacen también de la competencia entre arquitectos de élite al servicio de economías emergentes o satrapías feudales.
Estados Unidos no se ha retirado del todo de una carrera que lideró durante decenios, pero son China, Malasia, Emiratos Árabes o Kazajistán los que con más denuedo compiten ahora mismo en la estratosférica liga de los mil metros. En comparación, el edificio más alto de Europa Occidental, el Shard of Glass de Londres, es una minucia de apenas 309 metros, 60 más que la cumbre de la península Ibérica, la Torre de Cristal de Madrid.
La vieja Europa es competitiva, eso sí, en una liga por el momento menor pero que está empezando a coger tracción últimamente, la de los rascacielos de madera. Aquí las cifras son más modestas. No hablamos de centenares de metros, sino de decenas. Pero la progresión está empezando a resultar llamativa en los últimos años.
De la torre estudiantil de Vancouver al rascacielos noruego
En 2017, la noticia era que una residencia de estudiantes canadiense hecha de madera laminada (por sus siglas en inglés, CLT), la Brock Commons Tallwood House de Vancouver, se había elevado hasta los 53 metros, pocos centímetros más que la torre de apartamentos Treet de Bergen (Noruega). A esas alturas, sus únicas competidoras en la liga de la madera de altos vuelos eran ya edificios religiosos de otra época, reliquias de un tiempo anterior a la moderna dictadura del hormigón. Catedrales ortodoxas como la de Almaty o la antiquísima pagoda del templo de Fogong, en China, construida en el siglo XI y que superan también los 50 metros.
Entre los competidores contemporáneos, el más firme era el edificio HAUT de Ámsterdam, cuyas 21 plantas iban a llevarlo a una nueva frontera, la de los 75 metros de altura. Sin embargo, ese proyecto sigue en construcción, y cuando se inaugure habrá sido superado ya por rivales de mayor envergadura. El primero de ellos fue el edificio HoHo de Viena, un rascacielos híbrido de madera y hormigón que alcanzó en 2019 unos más que respetables 84 metros, lo que supuso elevar el listón 31 metros en apenas dos años. Muy poco después llegaría Mjøstårnet, la Torre del Lago Mjøsa, en el pequeño municipio noruego de Brumunddal, que ostenta el actual récord con sus 18 plantas y 85,5 metros de altura. No solo mide metro y medio más que la torre vienesa, sino que lo hace sin recurrir al uso complementario de hormigón, lo que refuerza su carácter de rascacielos de madera más alto del mundo.
La hora de Zúrich y de Milwaukee
Sin embargo, todo apunta a que la de la torre noruega está destinada a ser una gesta efímera. En marzo de 2020 se confirmó que un complejo de apartamentos de madera híbrida, el Ascent MKE de la ciudad estadounidense de Milwaukee, iba a añadir cinco plantas adicionales a su proyecto original, con lo que alcanzará los 87 metros en septiembre de este año.
En Europa, en paralelo, empezaba a gestarse un monstruo de madera aún más imponente. El complejo Rocket & Tigerli, en la ciudad suiza de Winterthur, muy cerca de Zúrich, contará con cuatro edificios, y uno de ellos va a elevarse hasta los 100 metros. Un número redondo que constituye ahora mismo el principal reclamo de este proyecto “de una modernidad rabiosa, exquisito, exclusivo y rebosante de luz”, tal y como lo describe la periodista Amarachie Orie en una crónica para la CNN.
Para los responsables del proyecto, la firma danesa Schmidt Hammer Lassen Architects (SHL), “batir un récord de altura siempre supone un aliciente, porque es un dato que queda para la historia, una estupenda carta de presentación para el edificio que asegura su singularidad”. Pero los 100 metros no suponen un fin en sí mismo. En su opinión, se trata más bien de “demostrar que existen muy pocos límites prácticos para lo que puede hacerse con madera, que no estamos hablando de un material de construcción endeble o poco versátil, sino de una alternativa orgánica y perfectamente viable al hormigón o a casi cualquier otro componente”.
Kristian Ahlmark, socio y director de diseño del estudio danés, añade que “la madera no solo tiene notables cualidades estéticas, también ofrece posibilidades técnicas poco exploradas y del todo compatibles con las exigencias de la arquitectura moderna”. Además, resulta mucho más respetuoso con el medio ambiente.
El futuro de la arquitectura ecológica
Oscar Holland, periodista especializado en tendencias y diseño, explica que las torres de madera laminada “fueron, hasta no hace mucho, proyectos de arquitectura teórica con la que los estudios más avanzados intentaban concienciar de lo poco sostenible que es seguir construyendo grandes moles de cemento”. Para Holland, “resulta escandaloso que la industria de la construcción sea responsable del 40% del consumo energético del planeta y de al menos un tercio de las emisiones de carbono y hasta ahora no nos hayamos tomado en serio la vuelta al uso masivo de materiales menos contaminantes, como la madera”. El experto cita un dato muy llamativo: “Los constructores de la torre Ascent han publicado que su proyecto, al sustituir el hormigón por la madera, supone un ahorro en emisiones equivalente a retirar de la circulación 2.100 automóviles”.
Para Irene Jimeno, arquitecta, conservacionista y responsable del blog divulgativo Toca Madera, la cifra que aportan los promotores de Milwaukee resulta verosímil: “Por encima de cualquier otra consideración, construir con madera es un excelente negocio para el planeta”. Desde su punto de vista, se trata de un material que presenta múltiples ventajas desde el punto de vista del diseño y la construcción, empezando por la rapidez y la precisión. “Pero lo principal es que encaja perfectamente en modelos de economía circular que permiten reducir el derroche energético y la huella de carbono”. El impacto sobre la masa forestal “es muy positivo si se realiza una gestión de bosques responsable y sostenible”.
Se trata de reponer los ejemplares que se talan siguiendo una política de repoblación continua como la que promueve en España la Asociación Española Para la Sostenibilidad Ambiental. En su opinión, “la mejor garantía de que la masa forestal se preserve es que sea explotada comercialmente con esos criterios de responsabilidad y eficiencia”.
Para Jimeno, resulta evidente que “la madera es un material de construcción con tradición y arraigo cultural y, además, muy válido”. No hay apenas nada que no pueda hacerse con madera. La arquitectura monumental o la construcción en altura no son excepciones. “Pese a todo”, matiza, “yo no soy muy partidaria de que se generen dinámicas competitivas y se empiecen a añadir plantas de manera arbitraria a los proyectos residenciales para batir récords”.
Esa tendencia contribuye, desde su punto de vista a trivializar la arquitectura, a hacerla entrar en una dinámica especulativa y, en última instancia, a hacerla menos responsable y sostenible. De proyectos como Rocket & Tigerli o Mjøstårnet, Jimeno valora sobre todo que “son logros técnicos y ejemplos muy elocuentes de las virtudes del material del que hacen uso”. Aunque añade: “Que tengan un par de plantas de más o de menos y que eso las eleve unos cuantos metros me parece irrelevante y un poco tóxico”.
El próximo salto evolutivo
Para Oscar Holland, la revolución de la madera va a resultar imparable en los próximos años gracias a un factor decisivo: los costes. “Mientras el precio del resto de materiales de construcción se ha incrementado muchísimo, el de la madera se ha reducido gracias a la producción masiva de CLT, el producto que algunos llaman ya el hormigón del futuro”. Al tratarse de un material relativamente nuevo y cada vez más demandado, se están multiplicando el número de productores y estos hacen todo lo posible por ofrecerlo a precios competitivos. A Holland le resulta evidente que proyectos de la ambición y la enorme escala que exhiben HoHo o Rocket & Tigerli son hasta cierto punto consecuencia de ese cambio de tendencias de mercado. Para el experto, los más de 100 metros de altura que promete la torre suiza “podrían quedarse en muy poco a corto plazo”. En concreto, dos proyectos pendientes aún de recibir el visto bueno definitivo se proponen pulverizar plusmarcas. Uno de ellos es la Oakwood Tower de Londres, un rascacielos de 80 plantas que formaría parte del complejo residencial Barbican y alcanzaría los 300 metros.
El otro, propuesto a la ciudad de Tokio en 2018, ha sido bautizado provisionalmente como Proyecto W350, tendría una estructura de madera reforzada con un 10% de acero para hacerla más resistente a terremotos y vendavales, y alcanzaría los 350 metros. Se prevé que empiece a construirse en 2024 y esté listo en 2041. Por entonces, si las previsiones se cumplen, ciudades como Chicago, Filadelfia, Perth o Eindhoven albergarán rascacielos de madera de más de 100 metros. Podrán mirar a los ojos a su prima hermana Hyperion, secuoya del Parque Natural de Redwood, en California, que mide 115 metros y es, que se sepa, el árbol (y el ser vivo) de mayor altura del planeta.