La guerra tarifaria liderada por Trump vuelve a encender alarmas globales y Chile no está al margen. Esta columna analiza cómo la tensión comercial golpea directamente a la construcción nacional y por qué es momento de transformar la industria.
Columna: Prof. Mauricio Loyola, Depto. de Arquitectura Universidad de Chile
La reciente escalada en la guerra tarifaria liderada por Donald Trump ha vuelto a sacudir el comercio global. Con anuncios de aranceles generalizados a las importaciones, la incertidumbre se instala con fuerza en múltiples sectores económicos. Para la industria de la construcción chilena, esta tensión internacional no es solo una amenaza externa; es un sismo que podría tener réplicas directas sobre costos, inversión, empleo y vivienda.
Chile importa una parte importante de sus insumos constructivos: acero, revestimientos, químicos, maquinaria. Si Estados Unidos impone tarifas más agresivas a productos clave, o si la guerra comercial entre potencias debilita el tipo de cambio, los insumos resentirán el golpe en precio y disponibilidad. Las cadenas de suministro global, altamente interconectadas, se volverán más frágiles. Responder diversificando proveedores no es fácil, pues implica ajustes logísticos, nuevos contratos, certificaciones y mayores plazos, que no se condicen con la urgencia de las obras.

El resultado es previsible: obras más caras, márgenes más estrechos y, muy probablemente, mayor presión sobre los precios de la vivienda. Paralelamente, la inversión se debilita. En contextos de incertidumbre, el capital se vuelve cauteloso y las decisiones de inversión se postergan. Sin nuevos proyectos, el siguiente dominó que cae es el empleo. Y así, con costos más altos, inversión detenida, bajo empleo y un gasto público restringido, el panorama se ve muy sombrío.
El mayor problema es que, reconozcámoslo, no se trata de un episodio aislado o un arrebato temporal del presidente Trump (y otros). Es una nueva normalidad de la política global, en la que la inestabilidad y la volatilidad son condiciones de base.
En este escenario, como en toda crisis, surge la oportunidad de revisar nuestro modo de operar. La inestabilidad externa puede verse como un detonante para fortalecer las capacidades internas y enfrentar, de una vez por todas, la tan necesaria transformación tecnológica de la industria.
Fortalecer capacidades implica industrializar con base local, robustecer redes productivas regionales, desarrollar materiales y productos que aprovechen recursos locales y, en el fondo, acortar las cadenas de producción.
En un contexto de costos crecientes, fortalecer la industria implica aumentar la eficiencia y la productividad para crecer en competitividad internacional. La estandarización, digitalización y prefabricación no deben seguir siendo objetivos deseables, sino que deben convertirse en necesidades estratégicas.
Fortalecer la industria también requiere combatir la excesiva permisología que frena inversiones y retrasa proyectos. El sector público debe asumir su rol clave, simplificando normas, digitalizando procesos y estableciendo ventanillas únicas que permitan que las obras avancen al ritmo que se espera.
Hay veces en que la innovación no aparece por iniciativa propia, sino que se impone por necesidad. La crisis nos impulsa a fortalecer los vínculos entre el mundo académico, el sector público y las empresas, para que juntos trabajemos en soluciones innovadoras que permitan hacer más con menos.
La guerra tarifaria, tarde o temprano, hará tregua. El libre mercado es y seguirá siendo el escenario más eficiente. Sin embargo, mientras tanto, tenemos dos opciones: podemos sentarnos a esperar o podemos ver la coyuntura como una advertencia para fortalecer nuestra industria y hacerla menos vulnerable a crisis externas. No se trata de sustituir importaciones o aislarse del mercado globalizado, pues la historia demuestra que son estrategias inefectivas e insostenibles. Se trata de aprovechar la señal para desarrollar nuestro sector: industrializando, estandarizando, digitalizando, agilizando permisos y, sobre todo, innovando.
Lo que está en juego no es solo productividad y competitividad; es la capacidad de adaptación y desarrollo en un mundo que no dejará de moverse.