Desde 2017 que la química ambiental Francisca Aranda viene perfeccionando esta solución, la que propicia una óptima absorción de líquidos y la remoción de metales, sin generar contaminación asociada. Un valor agregado para este subproducto forestal, por el cual su autora ha sido reconocida internacionalmente, dada su proyección de reemplazo de polímeros derivados del petróleo.
Fuente: Madera21
Disciplina, constancia y resiliencia. Ésos son los atributos que retratan a Francisca Aranda, una investigadora y química ambiental que, desde Concepción, impulsa una investigación revolucionaria en el ámbito de los materiales y que seguro dará que hablar en lo venidero.
Se trata de un biomaterial absorbente, elaborado a partir de la corteza del pino, que facilita la remoción de metales y que es capaz de reemplazar a los elementos con el mismo objetivo pero que no son biodegradables. Un valor agregado nunca antes visto en este tipo de especie arbórea.
Dicho estudio —implementado gracias a un financiamiento Fondecyt, entre 2017 y 2019, junto al difunto investigador Danny García— es pionero en el mundo, al descubrir una molécula con cualidades súper absorbentes, con la que se puede lograr un hidrogel capaz de traspasarse a materiales de distinto uso.
Esta solución reduce la humedad al mínimo, es antimicrobiana y antifúngica, además de no generar ningún tipo de contaminación asociada, pues su proceso de degradación se estipula en un máximo de 10 días. Un amplio margen de diferencia en comparación a los desechos plásticos. Aranda da más detalles.
“Consta de un material de base biológica, que, gracias a las propiedades que tiene, permite su utilización en diferentes áreas. La idea es que este componente pueda ser de utilidad debido al gran empleo de materiales poliméricos derivados del petróleo. Es por esto que, entre las características del biomaterial, se encuentra la capacidad de retener metales en medio acuoso y su alta capacidad de absorción de agua”.
¿A qué o a quién beneficia el desarrollo de este biopolímero? “La idea central es que este material pueda ser de beneficio para toda la comunidad, ya que, si se implementa y completando de forma exitosa los ensayos, podría ser útil en áreas agrícolas, mineras, biológicas e, incluso, personales, para el caso de materiales superabsorbentes”.
Recurso abundante para enfrentar la contaminación plástica
Desde el punto de vista maderero, Francisca Aranda comenta sobre su inclinación por el pino y específicamente, por su corteza, la que abunda en muchos aserraderos del país y de la Región del Biobío y que, en varios casos, no tiene otro destino que no sea la condición de residuo.
“Como bien sabemos, Chile es un país forestal y minero. Y en el tema del área forestal, nos guste o no, las empresas generan grandes cantidades de celulosa y, para eso, deben quitar la corteza de los árboles. Ésta termina siendo un desecho, ya que actualmente no tiene ningún uso valórico y se generan miles de toneladas al año, por lo que la necesidad de utilizar residuos que tengan un impacto positivo es cada vez más urgente”, dice.
En efecto, Chile es uno de los mayores productores del planeta, alcanzando un millón de toneladas anuales. Es por ello que esta remanencia puede significar un aporte tanto para la industria como para el ecosistema ambiental.
“La corteza de pino es producida en cantidades muy altas, por lo que la urgencia de ‘hacer algo’ con ella es lo primero. Asimismo, en la naturaleza siempre vamos a encontrar las respuestas a todos nuestros problemas, por lo que, al hacer un biomaterial con esta base, estamos integrando cualidades como las antibacterianas, antifúngicas, biodegradables y antioxidantes”, declara.
Aranda explica que dicha corteza posee una serie de capas que conforman una red que, al desenredarse, se accede a la molécula con la cual ponerse a trabajar. La investigadora asegura que con pocos trozos del material es posible obtener amplios resultados, alcanzando niveles de rendimiento en absorción de humedad, incluso superiores al 7.000% de su tamaño original.
Como mencionaba, los rubros y actividades en que esta innovación podría incidir son amplias y extensas. La química ambiental comenta que las posibilidades pueden ser desde artículos domésticos y personales, como pañales desechables y toallas femeninas, hasta en el tratamiento de aguas contaminadas con fármacos o metales pesados. Incluso, hoy se encuentra en conversaciones para evaluar si el biomaterial puede emplearse en la eliminación de hidrocarburos en sistemas acuosos.
A lo anterior se suma su posible relevancia a la hora de hablar sobre la reforestación de árboles nativos, ya que sus atributos permitirían potenciar sus semillas con cápsulas de agua y nutrientes, del mismo modo que para la fertilización agrícola en tiempos de sequía, ya que su potencia puede actuar como retenedor de líquido.
Y si bien Aranda afirma que también se podría recurrir a otro tipo de madera, para “revisar y comparar resultados” como dice, ella recalca que “la corteza de pino parece ser la mejor, aunque no se descartan las otras”.
Con el biomaterial investigado, la científica anhela contribuir en los ámbitos sociales y medioambientales, tanto en Chile como en el extranjero. Ya mostraba algunas luces de este propósito en 2018, en una entrevista concedida a El Sur de Concepción.
“El problema de la contaminación es grande a nivel global y la idea es ayudar a disminuirla, porque todo el planeta está lleno de desechos plásticos, macro y micro, todo lo que usamos a diario está hecho con plástico. Y ¿qué mejor que usar un material que es residuo y contamina para lograr un bien común?”, termina preguntando.
Trayectoria y reconocimientos
Desde pequeña, Francisca Aranda tuvo un gusto especial por las ciencias. Ella recuerda su niñez como un momento especial, donde pasaba horas y a veces días elaborando sus propios experimentos caseros. Así como proyectando el futuro.
Tras ingresar a la carrera de Química Ambiental en la Universidad Católica de la Santísima Concepción, en 2013, continuó con el Magíster en Ciencias con mención en Química de la Universidad de Concepción. Y en 2018, con su tesis de licenciatura, quedó seleccionada en la fase nacional del concurso “Falling Walls”, organizado por el Instituto Milenio Centro Interdisciplinario de Neurociencia de la Universidad de Valparaíso y la Fundación Ciencia Joven, que galardona pesquisas, planes de negocios y emprendimientos llevados a cabo por estudiantes y profesionales de nuestro país.
Este año fue reconocida por la multinacional estadounidense 3M, como una de las 25 científicas más destacadas de Latinoamérica.
“Cuando me llamaron para avisarme que había sido seleccionada entre las 25 ganadoras fue muy sorpresivo, porque, aunque considero que este trabajo es importante y bonito, realmente no esperaba este reconocimiento. Pero, conocer los trabajos de las otras mujeres ganadoras me hizo sentir sumamente honrada debido a la calidad, importancia e impacto a la sociedad”, expresó para su casa de estudios.