En San Juan de Lurigancho, el distrito más poblado de Lima, una familia ha cultivado lo improbable: un bosque en medio del desierto urbano. Todo comenzó en los años ochenta, cuando Esther Rodríguez Huamán decidió sembrar vida en el cerro donde vivía con su familia. Más de cuatro décadas después, su legado es un pequeño ecosistema lleno de árboles de naranja, lúcuma, mango, níspero, mandarina, olivo, toronja, guanábana, plantas medicinales, aves y mariposas.
Para sembrar en la desértica capital, la familia trajo injertos de otras partes del Perú, construyó andenes de piedra y tierra bajo una técnica milenaria de los incas, además de dos pozos de agua. Así, transformaron 4000 metros cuadrados de cerros en un oasis verde que refresca el aire y mejora el microclima local, según un artículose abre en una pestaña nueva de El País.
En un distrito donde el acceso a áreas verdes alcanza apenas los 1.6 metros cuadrados por habitante, muy por debajo de los 9 recomendados por la OMS, esta “selva escondida”, como la llaman, se ha convertido en un pulmón, un refugio y un aula abierta para vecinos y escolares.