El creciente campo del urbanismo sensorial está cambiando la forma en la que valoramos los barrios y los proyectos urbanísticos.

Fuente: MIT Technology Review

Cuando David Howes, quien dirige en la Universidad de Concordia, en Canadá, el Centro de Estudios Sensoriales, piensa en su ciudad, Montreal, recuerda el sonido armonioso del carillón del campanario y el olor de los bagels cocinados en hornos de leña. Sin embargo, el día que preguntó en una oficina de turismo local si recomendaban a los visitantes algunos sitios donde pudieran ir a oler, saborear y escuchar la ciudad, la persona que le atendía se quedó en blanco.

“Solo saben las cosas que hay que ver, no las otras atracciones sensoriales de la ciudad, sus características sonoras y olfativas”, resalta Howes, autor del libro The Sensory Studies Manifesto y especializado en un campo en crecimiento que se suele denominar “urbanismo sensorial”.

En todo el mundo, los investigadores como Howes analizan cómo la información no visual define el carácter de una ciudad y afecta su habitabilidad. Usando métodos que van desde paseos sonoros de baja tecnología y mapas de olores hasta data scraping, dispositivos portátiles y realidad virtual, luchan contra lo que consideran un “sesgo visual limitante” en la planificación urbana.

Urbanismo sensorial

“El simple hecho de poder cerrar los ojos durante 10 minutos nos da una sensación totalmente diferente sobre un lugar”, señala el académico y músico Oğuz Öner.

Öner lleva años organizando paseos sonoros en Estambul (Turquía) donde los participantes con los ojos vendados describen lo que escuchan en diferentes lugares. Su investigación ha identificado sitios donde se podría plantar algo de vegetación para amortiguar el ruido del tráfico o donde se podría construir un órgano de olas para amplificar el relajante sonido del mar, ya que le sorprendió darse cuenta de que la gente apenas podía escucharlo, ni siquiera estando en el paseo marítimo.

Las autoridades turcas han expresado interés en sus hallazgos, según Öner, pero aún no los han incorporado en sus planes urbanísticos. Sin embargo, estas sugerencias sobre el entorno sensorial ya son algo común en Berlín, donde las zonas tranquilas identificadas por los ciudadanos mediante una app móvil gratuita se han incluido en el último plan de acción contra el ruido de la ciudad. Según la regulación de la UE, la ciudad está obligada a proteger estos espacios contra un aumento del ruido.

“La forma en la que se identifican las áreas tranquilas suele ser muy vertical, desde arriba, ya sea en función del uso del suelo o de los parámetros de alto nivel como la distancia de las autopistas. Este es el primer ejemplo que conozco de que algo impulsado por la percepción ciudadana se convierte en normativa“, explica el investigador asociado del University College London (Reino Unido) Francesco Aletta.

Como miembro del proyecto Soundscape Indices, financiado con fondos europeos, Aletta ayuda a crear modelos de predicción sobre cómo las personas responderán a diversos entornos acústicos introduciendo paisajes sonoros grabados (animados otranquilos) en una base de datos y luego probando las reacciones neuronales y fisiológicas que provocan. Este tipo de herramientas son las que, según los expertos, son necesarias para crear un marco práctico que garantice que los elementos multisensoriales se incluyan en los criterios de diseño y los procesos de planificación de las ciudades.

La mejor manera de determinar cómo las personas reaccionan a diferentes entornos sensoriales es un tema de debate dentro del campo. Howes y sus colegas han adoptado un enfoque más etnográfico, mediante la observación y las entrevistas para desarrollar un conjunto de mejores prácticas para un buen diseño sensorial en los espacios públicos. Otros investigadores recurren más a la alta tecnología, utilizando dispositivos portátiles para rastrear los datos biométricos como la variabilidad del ritmo cardíaco como un indicador de las respuestas emocionales a diferentes experiencias sensoriales. El proyecto GoGreen Routes, financiado con fondos europeos, analiza ese enfoque mientras estudia cómo la naturaleza se puede integrar en los espacios urbanos de una manera que mejore la salud humana y la ambiental.

“Estamos creando un glosario de elementos y cómo funcionan combinados para crear una experiencia completa de un espacio“, explica uno de los investigadores que trabajan en el proyecto de Nokia Bell Labs Cambridge Daniele Quercia, quien previamente había ayudado a desarrollar “Chatty Maps” y “Smelly Maps” de los sonidos y olores de las ciudades extrayendo datos de las redes sociales. El último proyecto encontró fuertes correlaciones entre las percepciones olfativas de las personas y los indicadores de la calidad del aire más convencionales. Con GoGreenRoutes, Quercia utilizará tecnologías portátiles para valorar si las mejoras en el diseño de los espacios verdes nuevos y existentes tienen el impacto previsto (y deseado) en el bienestar de las personas.

En la Universidad de Deakin en Australia, el profesor de arquitectura Beau Beza aspira a una inmersión total. Su equipo está introduciendo sonidos y, más adelante, olores y texturas, a entornos de realidad virtual que las autoridades municipales pueden usar para presentar proyectos de planificación a las partes interesadas. “Las representaciones estáticas en papel de un paisaje urbano, un parque o una plaza son difíciles de visualizar para muchas personas. Ser capaz de ‘moverse’ dentro y escuchar cómo suena algo aumenta la comprensión”, indica Beza.

A medida que se generaliza la recopilación de datos sobre las experiencias sensoriales de las personas, muchos de estos expertos advierten que se deben tener en cuenta las preocupaciones sobre la privacidad y la vigilancia. Los problemas de la equidad e inclusión también entran en juego al determinar qué experiencias sensoriales se tienen en cuenta en la planificación. Las comunidades urbanas desfavorecidas suelen ser las más afectadas por la contaminación acústica y por los olores de las carreteras y las fábricas, pero también suelen ser objeto de quejas por el ruido, por ejemplo, cuando en esos barrios empieza a haber personas de clases sociales más favorecidas.

Las percepciones sensoriales no son neutras, o simplemente biológicas; el hecho de que encontremos algo agradable o no ha sido moldeado cultural y socialmente”, afirma Mónica Montserrat Degen, socióloga cultural urbana de la Universidad de Brunel en Londres. Los planificadores urbanos de Londres y Barcelona utilizan las investigaciones de Degen sobre las percepciones del espacio público y cómo las “jerarquías sensoriales”, como ella las llama, incluyen o excluyen a diferentes grupos de personas.

Degen destaca el ejemplo de un barrio londinense donde los restaurantes económicos que servían como lugar de reunión para los jóvenes locales fueron sustituidos por cafeterías más modernas. “Antes olía a pollo frito”, resalta la experta, pero los residentes más recientes encontraron ese aroma desagradable y no muy acogedor. “Ahora huele a capuchino”.

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