El Museo ICO presenta una exposición dedicada a Anna Heringer, una de las voces más destacadas de la arquitectura sostenible, que aboga por aprovechar mejor el más humilde de los materiales: la tierra y el barro.

Fuente: Levante EMV

Anna Heringer defiende con convicción su lema favorito: “less concrete, more earth”. La consigna, que puede traducirse como “menos cemento, más tierra”, pero también como “menos cemento, más planeta Tierra”, está impresa en una pared al final del recorrido por la exposición que el Museo ICO de Madrid dedica estos días a la arquitecta dentro del marco del Madrid Design Festival, y es un resumen sencillo y perfecto de su trabajo. Porque Heringer es a la vez una aguerrida defensora de ese material humilde que todos podemos sacar del suelo y una de las más importantes valedoras de la arquitectura sostenible en su versión más integral.

La mayor parte de las construcciones que la alemana (Rosenheim, 1977) ha realizado a lo largo y ancho de tres continentes -Europa, África y Asia- tienen como base esa tierra que se menciona en el eslogan y su versión constructiva, el barro. Un material económico que se puede encontrar en cualquier lugar, al contrario que esas otras materias primas, más elaboradas, que siempre hay que traer de otra parte, como el cemento o el acero. “Que a veces resulte más barato utilizar cemento no es por el material en sí, sino por el sistema económico en el que vivimos -denuncia-. Y porque a esos materiales no se les ha sumado su coste en CO2, los daños que causan al medioambiente o lo que cuesta desmontarlos una vez que ya no sirven”. Por si había alguna duda, ella aboga por hacerlo.

La exposición del Museo ICO, que lleva como título Anna Heringer. La belleza esencial, es la primera retrospectiva que se le dedica a la arquitecta en España. Durante la presentación, Heringer focaliza su discurso en materiales y recursos. Le interesan los abundantes y baratos. El barro es uno de ellos. El otro es la energía humana. Somos casi 8.000 millones de personas en el planeta pensando y moviéndonos, cada uno una fuente de energía renovable en permanente recarga. “Hay muchos recursos que la naturaleza da gratis. Porque la naturaleza de la naturaleza es la abundancia, no la escasez”, defiende la arquitecta. El bambú, la madera o las fibras textiles naturales son otros de los recursos que utiliza habitualmente.

Hace unos años, Heringer fue la promotora, con otros arquitectos afines de todo el mundo, del Manifiesto de Laufen, que aboga por una cultura del diseño más humana. En su decálogo, que ocupa una de las zonas de la exposición y que los visitantes pueden completar dejando mensajes en post-its, se mencionan la colaboración con las comunidades locales, el respeto de las tradiciones de construcción de cada lugar, el fomento de una atmósfera de innovación y la ambición de construir una estrategia global para dar forma a los habitats humanos. También la apuesta por la belleza, “una necesidad humana esencial, ligada estrechamente a la dignidad”, reza el manifiesto. Belleza es otra palabra que asoma con frecuencia en su discurso: Heringer dice que, para ella, “la belleza es la expresión foral del amor”, y Luis Fernández-Galiano, comisario de la muestra, añade que la belleza de su obra “no es una belleza narcótica, que tranquilice, sino una belleza que nos provoca, que nos estimula y nos hace ver en qué medida estamos a la altura de un lema exigente: que la arquitectura es una herramienta para mejorar la vida”.

barro

La exposición recorre los trabajos realizados por la arquitecta a lo largo de las últimas dos décadas. Centros comunitarios en Bangladesh, un complejo educacional en Ghana o un cortijo de ecoturismo en la Sierra de Grazalema. En casi todos domina el color ocre del barro, que en las salas del Museo ICO solo se alterna con el colorido vivo de los textiles que las mujeres de áreas rurales de Bangladesh producen para Dipdii Textiles, una iniciativa solidaria de Heringer que les permite trabajar en condiciones dignas.

En esa sala, jalonada por tapices colgantes que en su día fueron saris y después mantas, telas que llevan consigo historias y vivencias familiares, Heringer ha plantado, en el centro, la pieza más metafórica de la exposición. Un cubo revestido de una superficie metálica de color dorado que hace de espejo. La arquitecta explica que, visto desde fuera, el cubo refleja nuestro espíritu consumista, las compras en el centro comercial, la importancia de nuestro reflejo. El espacio angosto que tiene dentro es, en cambio, la otra cara de la moneda: muy pequeño y con las paredes recubiertas de artículos de periódico que denuncian la situación de las mujeres en la industria textil en Bangladesh, forzadas a hacinarse y a perder su independencia e intimidad cuando se trasladan a las ciudades para trabajar en las fábricas que producen nuestras camisetas de cinco euros.

Heringer no deja en el tintero ni uno solo de sus mensajes. Hay algo muy marketiniano -marketing para salvar al mundo- en el discurso de esta mujer que, además de arquitecta, también es activista, divulgadora y emprendedora. Algunas de sus frases suenan a autoayuda, pero llevadas al terreno de la construcción adquieren otro sentido. “Todo lo que necesitas está ahí, está en ti mismo”, dice, o “cuando empecé, pensé que lo importante era tener la mejor tecnología; después aprendí que lo más importante es confiar en tus posibilidades”. Ella defiende una arquitectura que salga de los estudios y que trabaje sobre el terreno, que encuentre los materiales en el mismo lugar donde se desarrollen las obras y que involucre en su construcción a quienes la vayan a vivir, porque hacerles sentir partícipes del proyecto ayudará a que lo cuiden y a cimentar una identidad común.

Así fue como Heringer llevó a cabo el que posiblemente sea su proyecto más conocido, la Escuela METI. Un centro pensado para desarrollar la confianza de los niños de Rudrapur, un área rural en el norte de Bangladesh, construido a base de tierra y bambú y en el que se involucró a los propios chavales en el proceso. O el vecino edificio Anandaloy, un centro para personas con discapacidad, en una zona donde esta condición se considera una especie de maldición y una condena. Sus líneas son curvas y ligeras. “Quería que este edifico se saliera del molde, que bailara. Que mostrara que la diversidad es algo a celebrar”, explica la arquitecta. El edificio es el primero de la zona que tiene una rampa, y esta preside su entrada. “Ese es también el poder de la arquitectura: hacer las cosas visibles y poner el foco en ellas”, defiende. Un poder que también utilizó en los tres albergues de bambú que construyó en China, y con los que quiso denunciar que en solo tres años, entre 2011 y 2014, el gigante asiático consumió más cemento que Estados Unidos a lo largo del último siglo.

barro

En sus trabajos europeos, Heringer ha seguido la misma filosofía. Aunque lo de construir con tierra pueda sonar hoy más raro en este rincón del planeta, “parte de la Alhambra también está construida en barro”, sostiene. En la catedral de San Pedro en Worms, en su país natal, el reto era hacer un altar definitivo en el marco de un espectacular conjunto barroco diseñado por Balthasar Neumann en el siglo XVII. En lugar de colocar uno metálico traido de fuera, lo resolvió convocando a los propios feligreses a modelar con sus manos, in situ, un bloque construido con tierra. El más humilde de los materiales rodeado de los ostentosos dorados de otra era.

Tiene un aire más orgánico el Espacio para el nacimiento y los sentidos, una construcción en Austria que evoca a un vientre en el que las madres puden traer a sus bebés al mundo en silencio, rodeadas de materiales cálidos y con una luz acogedora, en lugar de la atmósfera hostil y sobreiluminada de los hospitales. Un ambiente que consiguió con las paredes de arcilla fina del interior y las tablillas de madera de colores rojizos recubriendo el exterior. La construcción salió adelante gracias al trabajo voluntario de 400 mujeres. Ya dentro de nuestra fronteras, cuando se planteó diseñar lo que será un complejo de ecoturismo en Málaga, en La Donaira, optó por llevar al lenguaje moderno del resort un trazado de callejuelas como los de los pueblos de toda la vida.

“Anna insiste mucho en el carácter colectivo de todo lo que hace, y tiene razón, pero yo animo a que seamos conscientes de lo que hay de genio y talento individual en esta exposición”, señala Fernández-Galiano. También en los aspectos más prácticos. El recorrido por la muestra desemboca en la tienda, donde se pueden adquirir algunos de los textiles de Dipdii cuyos beneficios serán para las mujeres de Bangladesh. Y que viene así a cerrar el estudiado círculo virtuoso planteado por la arquitecta.

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