Acostumbrados a grandes estadios y proyectos megalodónicos de cara a eventos mundiales, la realidad es que la pasión por el fútbol se vive de manera mucho más especial en espacios urbanos o naturales que generan un entorno idílico para el desarrollo deportivo.
Fuente: Arquitectura y Empresa
Cuando nos hablan de fútbol todos pensamos en grandes estrellas, los mejores equipos del planeta y estadios de dimensiones colosales que se entienden como el “coliseo” moderno en el que tiene lugar uno de los deportes más activos y seguidos del mundo.
Sin embargo, la realidad es que la verdadera pasión por el futbol y el fanatismo más radical tiene lugar en los lugares más inesperados. Cualquier entorno es válido para la práctica, incluso todos hemos jugado partidos de pequeños empleando dos sudaderas para marcar las porterías del campo, pero la mezcla exacta entre el entorno y la arquitectura puede favorecer a ensalzar el evento.
Si bien es cierto que a todo el mundo le llama la atención acudir a los mejores estadios del planeta, como pueden ser el Monumental de River, el Gran Maracaná o estadios europeos tan icónicos como el Allianz Arena, San Siro, el Santiago Bernabeu o el Camp Nou, la realidad es que el encanto reside, además de en el juego en si y la escala del recinto, en el entorno y la necesidad de la población de practicar el “deporte rey”.
Muestra de ello son los estadios improvisados en zonas tan inhóspitas como puede ser Nepal, donde nos encontramos campos de futbol de tierra, condiciones que a día de hoy se considerarían impensables en cualquier ciudad europea, que permiten a los habitantes disfrutar de un rato de relajación con entornos inesperados.
En una categoría diferente nos encontramos los que podríamos considerar como los “estadios naturales”, denominados a mi juicio de este modo debido a las condiciones del entorno y la relación de los elementos que conforman el estadio con la propia naturaleza que les rodea.
Estadios flotantes, envueltos en roca o algunos incluso con las gradas insertas en las propias laderas, al igual que ocurría en la antigua Grecia con los teatros. Para aquellos curiosos y apasionados, en estos lugares puede resultar más relevante la propia arquitectura que el partido en sí.
Cambiando tanto de escala como de entorno, podemos encontrarnos pequeños recintos urbanos en los que los magos del balón dan rienda suelta a su imaginación.
Estadios como el desarrollado por Adidas en la azotea de un centro comercial, o las canchas callejeras de ciudades francesas y holandesas son el lugar perfecto para encontrar a grandes talentos futbolísticos que pasan desapercibidos a los ojos de los espectadores pero que, en realidad, son frecuentados de manera asidua por aquellas personas que verdaderamente aman el fútbol y su práctica. En este tipo de espacios las reglas las marca tanto la cancha como los propios jugadores que gestionan de manera autónoma el lugar, apoderándose de ello al mismo tiempo que cuidándolo con mimo.
Por último, no podemos dejar de hablar de lo efímero, de aquellas canchas que aparecen y desaparecen de nuestros campos y ciudades. Espacios improvisados que en su mayoría no quedan registrados.
Dibujos en el suelo, marcas tan sólo comprensibles por aquellos que las han realizado o desarrollos más costosos elaborados por algunas marcas para eventos cerrados que cada vez tienen mayor cabida en la sociedad son algunos de los ejemplos de canchas en las que el disfrute está por encima del resultado final.
Estos últimos espacios son los que cada vez más interesan a marcas y usuarios, aquellos en los que el espectáculo, el color y la fantasía convierten un pequeño espacio escondido en la ciudad en un condensador social que atrae cada vez más a los activos más importantes de la ciudad.