El premio más importante de la arquitectura ha pasado de reconocer obras monumentales a construcciones con menores dimensiones, pero mayor impacto en su entorno inmediato.
Fuente: Obras Expansión
El mundo de la arquitectura espera expectante cada año el anuncio de quién será la persona ganadora del premio Pritzker, siempre una sorpresa. Puede ser entregado a figuras icónicas conocidas mundialmente, como David Chipperfield, el ganador de este año, pero también a profesionales que se han dedicado, principalmente, a hacer trabajos locales y con escalas menores, pero con un gran impacto.
De lo que no hay duda, coinciden María Bustamante Harfush, presidenta de FundarqMx, y Martha Thorne, académica de la IE School, asesora senior del premio Obel de arquitectura y quien fuera directora ejecutiva del Pritzker entre 2005 y 2021, es que quien llega a recibir el galardón se vuelve un referente en el diseño y una inspiración para producir las técnicas más acertadas de su trabajo.
Pero hay algo más de fondo. El trabajo de los ganadores refleja cuáles son las nuevas preocupaciones de la población a nivel colectivo y personal, si se toma en cuenta la premisa de que la arquitectura es un reflejo del contexto que se vive y de que éste, a su vez, moldea a la arquitectura. Las obras que mejor proyectan esto son las viviendas, que se han dibujado con diferentes objetivos a lo largo de la historia del premio, al pasar de ser proyectos residenciales, artísticos y monumentales, a construcciones sustentables enfocadas en mejorar la calidad de vida de la mayor cantidad de personas.
“Ha ampliado la definición de arquitectura pasando por un edificio aislado, icónico, un objeto, hacia edificios que responden de una manera más compleja a los grandes retos de la sociedad”, explica Martha Thorne.
Esta evolución en los diseños va de acuerdo con los temas de la agenda mundial. Mientras que en el siglo pasado se buscaba la prosperidad económica de las ciudades y su exposición a través de grandes construcciones, ahora también ha tomado un papel fundamental el cuidado de los recursos y ecosistemas. Un ejemplo son los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), con base en los que se han coordinando planes gubernamentales y empresariales en busca de un mundo sin pobreza y con mejor nivel de vida.
El trayecto de la vivienda en el Pritzker
Una residencia de cristal totalmente transparente y casi imperceptible en un paisaje lleno de árboles, que se reflejan y se ven a través de la ‘caja’ que conforma la vivienda, fue uno de los trabajos seleccionados del arquitecto Philip Johnson para ser acreedor del primer premio Pritzker, en 1979.
La obra dio la vuelta a todo el mundo por su valor estético y delicadeza, que no pelea el protagonismo con el entorno natural, sino que lo comparte. “Sigue siendo un modelo a seguir. Todo arquitecto en algún momento quisiera diseñar una casa de cristal, hay muchos intentos y modelos distintos, pero inspirados en este”, dice María Bustamante.
Lo mismo pasó con el siguiente galardonado, el único mexicano en ganar el premio, Luis Barragán, que marcó la tendencia de retomar materiales como el piso de barro, el juego de colores, los muros gruesos y los volúmenes cerrados, agrega la especialista.
Sin dejar de ser figuras admiradas y valoradas por los arquitectos del mundo, la época del starchitect, el arquitecto estrella, comenzó a cambiar para dar pie a dar mensajes más amplios, pensados desde un punto de vista de responsabilidad.
Fue así como llegó Glen Murcutt, uno de los primeros acreedores del Pritzker, cuyas construcciones estaban enfocadas en la sustentabilidad. Un arquitecto que “trabaja como profesional independiente, principalmente diseñando casas modernistas sensibles al medio ambiente que responden a su entorno y clima, además de ser escrupulosamente conscientes de la energía”, dijo el jurado en 2002, al otorgarle el premio. En sus edificaciones se nota su preferencia por materiales ligeros, de fácil instalación y visibles, es decir, los hace parte de las fachadas y los destaca.
En 2014, llegó otro parteaguas al Pritzker con el reconocimiento a Shigeru Ban, que no solo ha llevado al límite la idea de los materiales con menos impacto en el medio ambiente, sino que sus obras tienen un objetivo que va más allá de darle un lugar en dónde vivir a las personas. Sus viviendas se enfocan en respuestas al desastre, ya sea natural o hecho por el humano. “Hace vivienda digna en un momento crítico de la vida como un tsunami, terremoto o guerra. Tenía que ser algo económico, rápido de construir, que no tuviera valor de cambio, sino que se tratara de dignidad en este momento. Y se dio a conocer por usar materiales cotidianos como tubos de cartón”, explica Thorne.
Cuando recibió el premio, ya había elaborado su obra Refugio de emergencia de papel para Haití en 2010, después de que un terremoto dejara sin vivienda a 2.3 millones de personas. El proyecto consistió en un esqueleto hecho de tubos de papel plastificados, amarrados con cuerdas y cubiertos con plástico impermeable.
Alejandro Aravena también ha sido una de las figuras que más ha roto paradigmas en el Pritzker. Fue uno de los arquitectos más jóvenes en recibir el galardón, tras dedicar la mayor parte de su trayectoria a la vivienda social, señala María Bustamante Harfusch.
El jurado destacó al arquitecto por conjuntar el esfuerzo artístico con el cumplimiento de los desafíos sociales y económicos, con lo que “amplió significativamente el papel del arquitecto”, comunicó el Pritzker sobre el galardón. “Las generaciones más jóvenes de arquitectos y diseñadores que buscan oportunidades para efectuar cambios pueden aprender de la forma en la que Alejandro Aravena asume múltiples roles en lugar de la posición singular de un diseñador”, agregó la organización del premio.
Martha Thorne explica que el resultado de su esfuerzo fue pensar en sus construcciones no como un cuerpo aislado, sino que lo planteó dentro de una relación con la economía, en la que es necesario edificar viviendas cerca de las zonas donde se encuentran los empleos para mejorar la calidad de vida de las personas, pero para que el inmueble también crezca en su valor.
Otro de sus aciertos es pensar en el dinero limitado de los gobiernos para hacer la vivienda social, por lo que su propuesta mantiene la vivienda dentro de las ciudades para no crecer las periferias sin acceso a una oferta de servicios, pero con medidas de 45 metros cuadrados, con la idea de que los dueños pudieran aumentar las dimensiones de la casa de acuerdo con sus necesidades.
Esta idea del arquitecto más como un agente que acciona y une el diseño estético con el impacto social continúa hasta la actualidad. Anne Lacaton y Jean Philippe Vassal recibieron el premio en 2021 por su trabajo en intervenciones a edificaciones, con la idea de no demoler y mejor reutilizar con materiales económicos, en donde prevalece una visión más sustentable.
La Casa Bordeaux, en Francia, fue construida por la firma en 1999. En el terreno, que consta de 500 metros cuadrados, estaba instalada una fábrica de galletas, totalmente sellada sin ventilación natural ni vistas al exterior. Sin embargo, Lacaton y Vassal optaron por mantenerla en lugar de derribarla y construir una vivienda desde cero.
Para hacerla habitable quitaron parte del techo y la sustituyeron por placas transparentes para crear un jardín interior y dar luz natural a toda la vivienda. También movieron de lugar algunos muros para mejorar la distribución. Los que se tuvieron que quitar no fueron reemplazados por nuevos, sino que se sustituyeron con láminas metalizadas de fácil instalación y traslado, lo que redujo la emisión de gases contaminantes en el proceso constructivo.
Diébédo Francis Kéré, ganador en 2022, destaca por volver a los métodos tradicionales de construcción, hacer participar a la comunidad en las obras y enfocarse en los trabajos en su país, Burkina Faso. “Hizo esto por su comunidad, por crear un ecosistema. En su pueblo, si los profesores tenían una vivienda ahí, podrían dar clases y se podría mantener el colegio, por ejemplo”, comenta Martha Thorne.
Su reconocimiento tuvo un gran impacto y ha impulsado a muchos arquitectos pro bono, con labores que buscan no sólo diseñar, sino unir a la sociedad, agrega la directora de FundarqMx.
Para Thorne, lo que aún le falta al Pritzker, pero no está lejos de alcanzarlo, es encaminar los reconocimientos a también proyectos de desarrollos inmobiliarios multifamiliares para visibilizar y demostrar cómo se pueden hacer proyectos más “verdes” manteniendo rentabilidad, ya que aunque se necesitan más elementos como gobiernos, industria privada y sociedad para desarrollarlos, el galardón podría demostrar que, desde el punto de vista de la arquitectura, estos proyectos también son un acierto.