La adaptación al cambio climático es un campo de estudio que se mantuvo marginado hasta comienzos de la década de los 2000, cuando se puso de manifiesto que la lucha contra los gases de efecto invernadero no era suficiente. Aun así, todavía existen limitaciones y divisiones que reducen la capacidad de acción de esta área.

Fuente: MIT Technology Review

A finales de la década de 1950, el entonces geógrafo de la Universidad de Chicago (EE UU), Ian Burton, se percató del inquietante problema con los diques. Estas soluciones costosas de ingeniería avanzada, que el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de EE UU había elegido para frenar las inundaciones en las llanuras fluviales de los grandes ríos, funcionaban bien para retener cantidades intermedias de agua. Sin embargo, le daban a la gente una falsa sensación de seguridad. Después de la construcción de un dique, en ocasiones, un gran número de personas construían y se mudaban al terreno detrás de este. De este modo, si más adelante se producía una inundación de gran tamaño que atravesase estas formaciones, el desastre podría dañar más propiedades y causar más estragos de los que habría causado antes de la intervención de los ingenieros.

La paradoja se convirtió en una lección clásica sobre cómo no adaptarse a los peligros que la naturaleza podría provocar al entorno construido por el hombre. También fue una importante advertencia para un conjunto aún mayor de desastres y dilemas causados por el cambio climático. El problema fue obvio cuando los diques de Nueva Orleans (EE UU) fallaron en 2005 durante el huracán Katrina que sumergió partes de Lower Ninth Ward hasta 4,5 metros bajo el agua, según algunas estimaciones. Esa tormenta también empeoró por el cambio de las condiciones climáticas y el aumento del nivel del mar.

Reducir CO2 ya no es suficiente

Burton empezó a trabajar en el cambio climático en la década de 1990. Entró en un campo emergente, pero un poco paralizado llamado “adaptación al cambio climático”: el estudio y la propuesta sobre cómo el mundo se podría preparar y adaptar a los nuevos desastres y peligros que se presentan en este planeta que se calienta cada vez más. Entre los compañeros de Burton, “yo fui el único que levantó la mano” para trabajar en la adaptación, recuerda el geógrafo.

La mayoría de los demás investigadores del cambio climático se preocupaban por cómo reducir las emisiones de carbono que sobrecargaban la atmósfera, el área de investigación denominada “mitigación del cambio climático”. No obstante, Burton pensó que la gente también debía considerar las condiciones peligrosas e inestables que podrían llegar en el futuro. El objetivo perseguía que no se construyesen diques inadecuados o muros inapropiados, así como otras soluciones de adaptación mal calculadas que podrían empeorar las cosas más adelante.

En ese tiempo, Burton también entró en un área de controversia y malentendidos que, al final, pudo haber obstaculizado el trabajo sobre el cambio climático durante años o incluso décadas desde entonces. Algunos expertos en clima pensaban que cualquier conversación sobre la adaptación distraía la atención del trabajo de mantener la contaminación fuera de la atmósfera: sonaba menos como un mecanismo de supervivencia y más como darse por vencido. “Cuando alguien aparecía y defendía la adaptación, la gente de la mitigación le decía: ‘váyase, no le necesitamos'”, recuerda ahora Burton, con un tono un poco irónico. “‘Si alguien habla de que tenemos que adaptarnos, entonces socava nuestro trabajo. Así que preferimos no saber nada de eso. Es el enemigo’.”, afirma.

En realidad, los expertos de ambos lados intentaban trazar un camino para la supervivencia humana y el bienestar en una crisis global creciente, pero no siempre trabajaban juntos.

Desde finales de la década de 1980, antes de que los impactos del cambio climático estuvieran tan presentes y fueran tan obvios como ocurre en la actualidad, los científicos entendieron que los seres humanos ya habían emitido suficiente dióxido de carbono a la atmósfera para que todos sintiéramos el calor más adelante, aunque aún no sabían la gravedad de esos impactos. El Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), el principal organismo científico internacional que estudia esta crisis, escribió en su primer gran informe  de 1990 que debido a un probable “tiempo de retraso entre las emisiones y el cambio climático posterior”, el mundo “puede que ya esté obligado a un cierto grado de cambio”.

Por lo tanto, la adaptación podría ser necesaria, concluyó el informe. En 1993, el año en el que Bill Clinton asumió la presidencia de EE UU, la Oficina de Evaluación Tecnológica del Congreso de EE UU (que ya no existe) publicó un informe con opiniones de decenas de científicos y expertos y ahí apareció la siguiente frase: “Si el cambio climático es inevitable, entonces también lo es la adaptación al cambio climático“. Los recortes de las emisiones de carbono seguían siendo una solución esencial, escribieron los autores, pero las personas se deberían preparar para el cambio y la incertidumbre, especialmente cuando se trata de las “estructuras de larga duración o sistemas naturales de adaptación lenta”.

Pero también hubo numerosos desacuerdos sobre el tema de si había que adaptarse y cómo, y lo que eso significaba. A principios de la década de 1990, cuando la comunidad diplomática internacional adoptó uno de los tratados más importantes sobre el calentamiento global, durante la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC o UNFCCC, por sus siglas en inglés), que más tarde conduciría al Acuerdo de París (Francia) de 2015, muchos líderes de los países menos desarrollados en el hemisferio sur, especialmente las naciones insulares, ya clamaban por recibir ayuda financiera y técnica para la adaptación climática. Los impactos del cambio climático afectaban a estos países y mucho, inundando gran parte de Bangladesh y amenazando a estados insulares como Maldivas con niveles catastróficos de inundación.

Pero los países más desarrollados del hemisferio norte intentaron evitar estas discusiones porque se preocupaban por su propia responsabilidad financiera, recuerda la científica social Lisa Schipper, quien asistió a muchas de estas negociaciones al principio de su carrera. “Así que cualquier cosa que diera la impresión de que son responsables, provocaba la reacción de ‘oh, hay que cerrar esa puerta'”.

El hemisferio sur, finalmente, logró asegurar un compromiso en el tratado para “ayudar a los países en desarrollo que son especialmente vulnerables a los efectos adversos del cambio climático para cubrir los costes de la adaptación”. Pero las preguntas sobre cuánto le debe el norte al sur por los daños climáticos siguen siendo un tema polémico en las negociaciones internacionales a lo largo de los años.

También en las décadas de 1980 y 1990, algunos grupos de derecha y lobbies de la industria, más notoriamente del sector de los combustibles fósiles, comenzaron a difundir desinformación climática, intentando desacreditar la investigación científica que demostraba tanto las causas como las consecuencias del cambio climático. Muchos de estos grupos no querían hablar sobre la adaptación, porque eso requeriría admitir que el planeta se estaba calentando de verdad.

La gente pasa junto a camiones varados en una calle inundada en Sunamganj, Sylhet, Bangladesh, el 22 de junio de 2022.
SYED MAHAMUDUR RAHMAN/NURPHOTO VIA AP

Por el contrario, la mayoría de los científicos de la adaptación creían que reducir las emisiones era vital. Pero también aparecieron algunas voces, como la del investigador de la Universidad Rockefeller (EE UU) Jesse Ausubel, que argumentó que los humanos eran sociedades adaptables y “a prueba del cambio climático”. Los sistemas humanos se volvían “menos vulnerables al clima”, escribió Ausubel en Nature en un comentario de 1991, a medida que la economía y el empleo se trasladaban al interior. Las sociedades, explicó, se deberían centrar en la “innovación, en el poder económico y en la competencia administrativa que crean muchas tecnologías útiles para adaptarse al clima y que estén disponibles para la mayoría de las personas”. Ese mismo año, también señaló la importancia de la descarbonización en otro artículo.

El vicepresidente Al Gore, en su libro de 1992 Earth in the Balance, reaccionó con vehemencia contra la idea de que “podemos adaptarnos a casi cualquier cosa”, aparentemente alterando todo el campo, llamándolo una “especie de pereza y fe arrogante en la capacidad de reaccionar a tiempo para salvar nuestro propio pellejo“.

Algunos investigadores de la adaptación opinan que toda esta división pudo haber obstaculizado los esfuerzos climáticos desde el principio y coinciden en que creó retrasos que han dejado al mundo luchando para hacer frente a más calor, a los incendios forestales, a las tormentas y a la inestabilidad.

La polarización de la adaptación y la mitigación también podría haber creado puntos ciegos que dificultaron la promoción de las políticas de enfriamiento del planeta. Por un lado, los científicos que estudiaban las emisiones y la atmósfera eran, por lo general, expertos en varias ramas de las ciencias físicas, como la física, la química y la oceanografía. Los investigadores de la adaptación a menudo procedían de los campos que se ocupaban de los sistemas humanos y sus debilidades: la gestión de emergencias, la geografía, la planificación urbana, la sociología. El primer grupo de científicos reunía modelos complejos del sistema atmosférico global e intentaba realizar predicciones basadas en las suposiciones sobre lo que la gente podría elegir llevar a cabo. Los formuladores de políticas y los diplomáticos que intentaban interpretar estos modelos a veces llegaban a una exagerada sensación de optimismo, en parte porque el mundo había actuado con tanto éxito a finales de la década de 1980 para prohibir los gases que dañaban la capa de ozono de la Tierra. Sin embargo, el cambio climático es un problema mucho más espinoso, que requiere alejarse de los combustibles fósiles que han impulsado gran parte de la economía mundial. El problema requería abordar el desorden y la complejidad humana.

A medida que el mundo se movía más hacia la adaptación, “nos dimos cuenta de que necesitábamos modelos de toma de decisiones. Se trataba de un problema político, y no científico”, afirma el experto Thomas Downing, quien comenzó su carrera estudiando la respuesta a los desastres y luego pasó a la investigación sobre la adaptación en la década de 1990. Las primeras predicciones climáticas globales “modelaban un mundo muy idealizado, como si el cambio climático fuera solo un pequeño problema que se podía arreglar”. Si los expertos en la adaptación y mitigación se hubieran unido, tal vez habrían entendido mejor cómo afrontar la política global terca y enredada. A lo mejor habrían superado antes una mayor cantidad de obstáculos.

La adaptación al cambio climático como campo profesional permaneció marginado, incomprendido y reducido hasta principios de la década de 2000, cuando la ecotoxicóloga Lara Hansen, comenzó a trabajar en este tema para el Fondo Mundial para la Naturaleza. Hansen y sus colegas bromeaban que todos los expertos e investigadores de la adaptación del mundo “podrían caber en un ascensor”. Sin embargo, pronto, el campo empezó a crecer. Por un lado, se tornó más obvio que las emisiones no iban a disminuir, especialmente después de que la administración de George W. Bush anunciase en 2001 que no iba a aplicar el Protocolo de Kioto (Japón), otro acuerdo internacional para incitar a los países a controlar el carbono atmosférico.

La falta de acción del presidente estadounidense arruinó las negociaciones internacionales. En parte, como resultado de esta decisión, las Naciones Unidas forjaron otro acuerdo bautizado como Tratado de Marrakech (Marruecos), y se incluyó mucho más contenido sobre la adaptación que en el pasado. Si EE UU iba a seguir emitiendo carbono al cielo sin ningún límite, entonces el mundo entero tendría muchas más cosas a las que adaptarse.

Pero los grupos ecologistas todavía dudaban si meterse en ese tema, y eso fue una oportunidad perdida, opina Hansen. “He estado diciendo que la adaptación es la entrada a la mitigación. Porque una vez visto lo grande que será el problema para la comunidad y cuánto tendrá que cambiar nuestra forma de vida, de repente, la gente piensa, ‘A ver, eso está mal. Sería mucho más fácil dejar de emitir dióxido de carbono a la atmósfera'”, señala Hensen.

En 2006, en el salón de baile de un hotel en Florida (EE UU), Hansen dirigió un taller para unas doscientas personas (incluidas las empresas de pesca comercial y empresas de turismo que no estaban tan familiarizadas con las secuelas del cambio climático) para hablar sobre la conservación de los arrecifes de coral. Esa misma tarde, en un teatro local, los organizadores del taller proyectaron el documental climático de Al Gore An Inconvenient Truth y presentaron un vídeo que simulaba futuras inundaciones en el sur de Florida. “Nos adentramos en los cayos de Florida”, recuerda Hansen, “y se podía ver que, con un aumento de dos metros en el nivel del mar y una marejada ciclónica de categoría uno, lo único que seguía en pie en los cayos de Florida era un par de puentes de autopista y el cementerio de Key West”. El público le pidió que lo volviera a poner tres veces. Posteriormente, Hansen escuchó que había mucho más interés en los esfuerzos de mitigación por parte de la gente de la región.

En los años transcurridos desde entonces, el número de expertos en la adaptación ha seguido creciendo exponencialmente. En 2008, Hansen cofundó la organización EcoAdapt, un centro de intercambio de informes y lecciones de adaptación, y un grupo de expertos de todo el país. Cuando la administración Obama requirió que las agencias federales desarrollaran planes de adaptación, eso provocó que otras instituciones hicieran lo mismo. “En realidad, es lo que probablemente hizo que más gobiernos estatales y locales pensaran en ello que ninguna otra cosa antes”, indica Hansen.

Aun así, es probable que el trabajo relacionado con la adaptación todavía sufra algunas de las limitaciones que tuvo al principio. La infraestructura, por ejemplo, se construye sobre una línea de tiempo lenta, y el retraso en la comprensión y aceptación significa que los planificadores no necesariamente se han puesto al día. Burton ha visto cómo algunos de los ferrocarriles de Reino Unido no estaban preparados para soportar la reciente ola de calor. “Las vías ferroviarias fueron diseñadas para lo que ha sido el clima en los últimos 50 años”, lamentó, no para el clima de ahora y para el que vendrá.

Además, debido a la división entre la mitigación y la adaptación, los proyectos diseñados para reducir las emisiones a veces no son adecuados para manejar el exceso de calor, las tormentas o las mareas altas. Por ejemplo, si se construye una presa para extraer más electricidad de la energía hidroeléctrica y menos de los combustibles fósiles, la idea puede fracasar si la sequía y la disminución de la capa de nieve reducen el flujo del río. Además, en algunos lugares, una presa puede aumentar la población de mosquitos portadores de malaria y volverse letal para las familias que viven cerca.

Un hombre tira de un bote a través de un barrio inundado
BRANDON BELL/GETTY IMAGES

Un proyecto de adaptación mal diseñado puede agravar la desgracia en vez de aliviarla. Como resultado, gran parte de la investigación sobre la adaptación tiene una sólida base ética y práctica, basada en el estudio de la vulnerabilidad humana. Los que sufren la pobreza, la inestabilidad, los problemas médicos, la discriminación, viven en viviendas deficientes y tienen una variedad de otras tensiones generalmente serán los primeros en sentir la peor parte de un aumento de calor, estrés o desastre. Y no tener en cuenta a las personas y los lugares más vulnerables también puede poner en peligro la salud y la seguridad de todos los demás.

A nivel internacional, los políticos y los expertos aún siguen dejando de lado las grandes preguntas sobre cómo ayudar a los más vulnerables a adaptarse, por el bienestar colectivo de las demás personas en el planeta. ¿Qué pasará cuando grandes regiones o incluso naciones enteras tendrán que mudarse? ¿Cómo esto podría crear inestabilidad política en todas partes o interrumpir el suministro mundial de alimentos?

En el fondo, quedan algunas voces que insisten en que la adaptación por sí sola puede abordar nuestra actual crisis tan desbocada, pero generalmente pertenecen a “hombres blancos muy privilegiados”, señala Schipper. El estadístico y politólogo danés Bjorn Lomborg ha insistido durante mucho tiempo en que las personas se adaptarían fácilmente a lo que se avecinara, independientemente de lo extremo que fuera. En sus artículos habituales en el Wall Street Journal, Lomborg arremete a menudo contra los ambientalistas y los científicos del clima y critica sus hallazgos, con opiniones como: “la adaptación es mucho más efectiva que las regulaciones climáticas para evitar los riesgos de inundación” que aparece en un comentario, y “los seres humanos son bastante buenos en adaptarse a su entorno, incluso si el entorno cambia. Hay que tener eso en cuenta al ver otro titular de preocupación por los desastres climáticos” escribió en otro artículo.

Hansen, que ya lleva dos décadas investigando las estrategias de la adaptación, cree que estos argumentos son “evidentemente ridículos”.

“Si no se controla, el cambio climático resultaría inadaptable, cambiaremos tan fundamentalmente el paisaje del planeta que la adaptación se volvería imposible”, sostiene.

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