Con un diseño curvo y con sensación de movimiento, el Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry (MACA) de Uruguay propone una nueva visión sobre las grandes estructuras culturales en madera, al explotar las características del material por medio de la arquitectura, ingeniería, la tecnología y la protección de sus elementos.
Fuente: Madera21
Sobresaliendo sobre el paisaje como una gran arca de proa angulosa, sus formas fluidas y orgánicas hacen que se transforme en parte del paisaje. Enclavado en el balneario de Manantiales, perteneciente al departamento de Maldonado, ubicado a 13 km de Punta del Este (Uruguay), el Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry (MACA) dialoga con su entorno.
La obra se inserta como un elemento más en el amplio predio de la Fundación Atchugarry. Un parque escultórico de 25 hectáreas de superficie. Sus ondulantes cubiertas emulan las copas de los árboles de los bosques cercanos y su increíble estructura de madera se alza como si fuera una escultura más.
Es desde esa mirada que el material se convierte en el gran protagonista. Sus óptimas prestaciones permiten salvar las grandes luces que la escala de la propuesta requiere y, al mismo tiempo, confiere al espacio una calidez que sólo la madera puede ofrecer.
Pórticos ondulantes de madera laminada
El sistema estructural principal se ejecutó en madera laminada encolada. La opción perfecta para adaptarse al diseño curvo y cambiante del proyecto. Consistió en pórticos biarticulados formados por pilares y vigas curvas, todos diferentes en cuanto a geometría y dimensiones.
Cada pieza, de cada pórtico, fue diseñada con plantillas diferentes y numeradas para su posterior colocación en obra. Como datos concretos que nos acercan a la escala de esta estructura excepcional, la longitud de la viga más larga fue de 27,5m, y la altura máxima que alcanzaron los pilares es de 15,2 m.
Las vigas tuvieron que ser divididas en tres tramos por las limitaciones del transporte. El desafío residía en las uniones: cómo conseguir una unión rígida en madera que permitiese, además, los “movimientos innatos” del material. Éstos se ejecutaron mediante control numérico CNC, perforando los cantos de la viga e insertando piezas metálicas que resolvieran la unión.
Una vez montados los pórticos, para conformar la subestructura de la cubierta, se unieron entre sí a través de correas del mismo material. Y diferentes elementos como herrajes ocultos y cruces de San Andrés a la vista, realizados en metal, se encargaron del arriostramiento de una estructura muy esbelta afectada por grandes presiones horizontales de viento.
Para este proyecto, se eligió la madera de Eucaliptus Grandis. La denominación responde a la especial coloración de esta madera autóctona, sorprendente para el ojo extranjero e identitaria para los locales. Es una opción preciada, también, para la exportación, pues posee la característica de un movimiento casi nulo en su versión maciza.
Proyecto artístico e interdisciplinario
En un principio, se llevó a cabo un estudio para evaluar la viabilidad de la estructura por el Instituto de Estructuras y Transporte de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de la República. A partir de ahí, los encargados de los cálculos fueron los trabajadores del estudio Oak Ingeniería, también procuradores de los procesos de control de calidad y dirección de la obra. Para ello, se sirvieron del eurocódigo europeo en sus partes referidas a estructuras en madera, en cuanto a dimensiones y protección contra el fuego.
Tras el procesado inicial de la madera, las láminas aserradas fueron enviadas a Francia. Una vez allí, Simonin S.A.S fue la empresa constructora encargada de hacer en taller cada una de las piezas, que serían enviadas de vuelta, para finalmente ser ensambladas en obra.
Desde el punto de vista del diseño arquitectónico, el complejo se compone de dos edificios hermanos, apenas conectados a través de sus cubiertas ondulantes que casi convergen. En total, más de 5.000 m2 definidos por su creadores como un “contenedor de sueños”.
El complejo lo conforman, además de la gran sala de esculturas de 1.600 m2, cuatro salas expositivas, una cafetería con vista al maravilloso paisaje, una tienda y una sala multifuncional con cine para 75 personas. “Aspiramos a que el MACA sea un laboratorio y centro de reflexión, debates y plataforma educativa. Apostamos a un museo colmado de actividades artísticas, educativas y culturales para todos”, expresaron sus autores.
El objetivo no carece de ambición. Se pretende que el museo sea un referente en el país a nivel artístico y cultural, y que, al mismo tiempo, su majestuosa arquitectura se convierta en un ícono. Una meta alcanzada desde el primer momento de su concepción.